Autor: Dr. Bismarck Pinto Tapia
RESUMEN:
Desde que Renato Descartes (1596-1650) dividió al ser humano en res extensa y res cogitans, sumergió al pensamiento humano en la funesta dicotomía mente – cuerpo. Damasio (1994) no duda en tildar a Descartes como el directo responsable de la mayor falacia de todos los tiempos: el reduccionismo mentalista.
La célebre frase cartesiana “cogito ergo sum”, traducida como: “pienso, luego existo”, proviene de la premisa central de la filosofía racionalista: “Lo mismo despiertos que dormidos nunca debemos persuadirnos más que por la evidencia de nuestra razón” (Descartes, 1637/1971, pg. 21). Sin embargo, el cogito ergo sum, no es conclusión de un silogismo, no es argumento, es la consecuencia de una intuición. Con esto, Descartes otorga omnipotencia a la mente humana: puesto que la verdad existe en el pensamiento, no es posible la duda en la subjetividad.
Las consecuencias del pensamiento cartesiano han sido las siguientes: la creencia en una verdad absoluta y la definición de la razón como el único recurso viable del conocimiento. La definición que Descartes da sobre el pensar incluye cualquier cosa que pase en nuestra mente: “Por pensar entiendo todo lo que en nosotros se verifica, de tal modo que lo percibimos inmediatamente por nosotros mismos; por lo cual, no sólo el entender, el querer y el imaginar, sino también el sentir, significan aquí lo mismo que pensar…” (Descartes1644/1971, pg. 169). Luego, concluye que el pensamiento deviene directamente de Dios y por lo tanto, lo que proviene de la razón tiene que ser
verdadero. Si nos equivocamos al pensar, el error no es producido por Dios, porque Él no puede engañarnos, entonces, la equivocación pertenece a la acción de un “genio maligno” (Descartes, op.cit.).